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ABC de España muestra al mundo realidad del Hospital de Niños JM de los Ríos

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ABC de España muestra al mundo realidad del Hospital de Niños JM de los Ríos

Un equipo de prensa del medio español ABC logró burlar la seguridad del Hospital de Niños José Manuel de los Ríos, para mostrarle al mundo la realidad del sector salud en Venezuela.

(Primer Informe)

“La crisis sanitaria de Venezuela le está arrebatando el futuro a sus niños”, así comienza el relato del ABC, donde señalan los aspectos más duros de la crisis hospitalaria del país con la mayor reserva de petróleo del mundo.

Con una economía derrumbada durante dos décadas, un desabastecimiento de medicamentos que supera el 80% y un déficit de 90% en los hospitales, los pacientes crónicos no tienen más opción que pedir a Dios que los mantenga con vida.

El Hospital de Niños José Manuel de los Ríos, mejor conocido como “J.M. de los Ríos”, está ubicado en Caracas, y antiguamente fue uno de los centros de salud más importantes del país, referencia para el continente por su especialización en el área de Pediatría.

La seguridad del recinto médico es extrema. Solo ingresan los pacientes con sus familiares, el personal médico y el administrativo, el resto debe aguardar en el patio o en lugares adyacentes. Todo el acceso está milimétricamente controlado. El centro está blindado. Al régimen no le interesaban testigos incómodos de lo que está sucediendo en el J.M. de los Ríos.

Durante tres horas recorrí el centro y pude comprobar lo devastador de su situación, y hablar con algunas de las familias que sufren el viacrucis de las deficiencias y carencias del hospital. En él han muerto en las últimas semanas seis niños: cuatro de ellos esperaban trasplante de médula ósea, y otros dos por falta de respuesta en urgencias para suministrar medicamentos.

Un hospital de 1940

El equipo de ABC tuvo la oportunidad de conversar con médicos y enfermeras del centro hospitalario, quienes comentaron que ha sido poco lo que llegó de la ayuda humanitaria, así como también se quejaron de la situación extrema en la que deben laborar. Lo que compararon con los años 1940 y 1950, “porque no tenemos laboratorios, no hay Rayos X, no se pueden hacer tomografías, ni resonancias. Mucho menos pensar que se encontrarán medicamentos”.

Algunos de ellos han recibido amenazas por manifestarse contra las muertes de los pequeños pacientes, por lo que estas declaraciones las hicieron entre susurros.

Médicos y familiares aseguraron que las muertes de los niños: Giovany Figuera, de 6 años; Robert Redondo, de 7 años; Yeidelberth Requena, de 8 años; y Erik Altuve, de 11 años, ocurridas en mayo, pudieron evitarse, mientras culparon al régimen de Nicolás Maduro por la indiferencia y la negligencia en los casos. Todos ellos eran parte de un grupo de 30 niños que esperaban trasplante de médula ósea.

“Esos niños que murieron tenían grandes posibilidades de recuperarse”, comenta Ani Camacho, madre de Zabdiel Amaya, un niño de cinco años que fue diagnosticado con leucemia linfoblástica aguda cuando tenía dos años de edad. “Mi hijo es muy pequeño para entender que ellos no estarán más con nosotros. Nosotros los conocimos y compartimos porque iniciamos este proceso juntos. Me pregunto si me tocará pronto pasar por lo mismo que esas madres”, agrega afligida.

 

 

Zabdiel es un paciente infantil que ingresa al hospital cada 15 días para recibir quimioterapia, y cada dos meses acude para una punción lumbar. Diariamente toma una pastilla, pero desde su hogar mantiene su lucha contra la muerte. En 2018 tuvo una recaída extramedular y los médicos informaron que debía ser trasplantado. Aún espera que eso ocurra.

El recorrido por el Hospital de Niños y conocer las carencias que sufre es desolador. El centro hospitalario ha perdido la capacidad de resolución en muchas áreas. La terapia intensiva está a punto de desaparecer. De once camas, solo dos están disponibles. El éxodo de profesionales de la salud también ha dejado heridas profundas. Solo cuentan con 90 de las 420 camas de hospitalización. De las nueve salas de quirófanos, operan apenas dos; mientras que de las catorce máquinas para diálisis, solo siete prestan servicio.

Y el deprimente escenario sigue. Son pocos los ascensores que funcionan dentro del hospital, el área de infectología, reinaugurada el año pasado, tiene filtraciones severas de aguas negras; y podemos leer un letrero escrito a mano, pegado en la puerta del servicio de Rayos X, que informa que no está disponible. A esto se suma la dieta deplorable que se suministra a los pacientes, restringida a arroz o pasta.

“El centro pasó de ser un hospital con estructuras y especialidades de tipo cuatro, según la clasificación internacional, a un hospital de tipo dos”, explicó a ABC el doctor y exdirector del J.M. de los Ríos, Huníades Urbina.

Y seguimos explorando. El piso tres del edificio de hospitalización tiene zonas inservibles. Una de las áreas sufrió un incendio hace cinco años y siguen ahí los vestigios del desastre. Otra parte de ese nivel es aún más atroz. Las salas que deberían estar habilitadas para los pacientes, solo están ocupadas por los escombros y la desidia. Un cementerio de camas clínicas, pasillos espeluznantes, equipos médicos cubiertos de polvo y puertas rotas no son precisamente un escenario de una película de terror.

Cuestión de fe

Rosa Colina sabe que la acuciante crisis de Venezuela le ha restado probabilidades para que su hija cumpla su tratamiento. “Ha sido bastante difícil porque no solo ha sido ver cómo falla el servicio sanitario sino que todo nos afecta emocionalmente”, afirma la madre de Cristina Zambrano.

Cristina, de 17 años, también es paciente del servicio de hematología del Hospital J.M. de los Ríos. Desde que nació padece de talasemia, y aunque de momento no necesita hacerse quimioterapia, debe tratarse con quelante para disminuir los niveles de hierro que ella acumula en sus órganos por ser una paciente politransfundida. Pero ese medicamento no existe en Venezuela.

 

 

“Muchas transfusiones de sangre recargan sus órganos y dejan de funcionar”, explica serena Rosa. En lo más profundo, ella siente que el mejor tratamiento, casi el único, para su hija es mantener su fe en Dios. La otra opción: dejar de transfundirla, lo que pondría en riesgo la vida de Cristina cuyo estado de salud está milagrosamente controlado. Su patología ha causado una desnutrición moderada, Hepatitis C, y el año pasado sufrió una trombosis que le ha dejado secuelas para poder caminar. La joven debe ayudarse con un andador y asiste a terapia de traumatología en otro hospital porque en el J.M. de los Ríos no hay personal ni equipos para atenderla.

Yeidelberth, uno de los niños fallecido, y ella eran amigos. “Le afectó mucho saber que él había muerto y se deprimió”, relata Rosa. “A veces Cristina pierde las fuerzas, pero ella sabe que mamá está aquí. Porque ella tiene un futuro maravilloso que la espera. Tiene sueños por cumplir y yo sé que los va a cumplir. Yo sé que en unos años nos vamos a reír tanto de la enfermedad como de esta situación”, agrega convencida su madre.

En el momento de entrevistar a una madre, el equipo de seguridad del J.M. de los Ríos se percata de mi presencia, y se apresura a expulsarme del centro médico. Sin embargo, en un descuido de los agentes, y gracias a la ayuda de varias personas, escapo por uno de los pasillos. Para evitar que me identifiquen, me quito el tapabocas, el jersey y me suelto el pelo. Agentes de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) me buscan. Se ha dado la voz de alarma y la seguridad se ha reforzado en los pasillos y en el acceso. A pesar de ello, logro alcanzar la salida y escapar, con el pulso acelerado, tras pasar tres horas de terror en un hospital que un día fue uno de los más importantes de Venezuela y que hoy ya no tiene armas contra la muerte.

(Con información de ABC)

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